Raymond, el mensajero del amor

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El tiempo pierde su prisa en el andar de Ramón Estrella. Desde su llegada a la empresa donde trabaja como mensajero provocó la curiosidad de la mayoría por su ritmo pausado y reservado. En sus ratos libres se le veía ensimismado, retirado del grupo y haciendo apuntes en una libreta.

Poco faltó para descubrir que entre los documentos y cartas que repartía guardaba una valija de mayor cuantía: la de sus sueños y sus metas. Ramón compone canciones y le pone música a sus letras. No ha faltado quien le tilde de loco, pues pocos creen que “un mensajero pueda llegar a algo”. Esto le tiene sin cuidado. Si hay alguien que sabe lo que quiere es Ramón; aunque también está consciente de lo que carece: el dinero, y por ello se asegura de no flaquear en su perseverancia.

Tras la insistencia de amigos pudo vencer su timidez y acercarse a uno de los mejores exponentes del género de bachata, Luis Díaz, “El Terror”, a quien conoció cuando ofrecía servicio de repartidor de medicamentos a farmacias. Con “El Terror” estuvo aprendiendo y practicando. El tiempo transcurrido con “el maestro” reforzó su estima y emprendió su viaje al mundo artístico bautizado como Raymond, el mensajero del amor. Mantiene vivo el recuerdo de “su maestro” cuando le decía “no pares de escribir”.

Raymond ya tiene 13 canciones registradas en la Oficina Nacional de Derecho de Autor (Onapi) y ha grabado un sencillo titulado “Mundo de amor” en formato digital. La inversión fue de cinco mil pesos; ahora tiene que grabar “con músicos en vivo”. El costo es de 20,500 pesos “pero los muchachos del estudio me lo dejarán en 10 mil”, dice antes de explicar cómo pretende cautivar al público si le tocara presentarse en una fiesta, siendo él tan tímido y formal: “Uno tiene que interpretar su papel. Cuando los muchachos (en el estudio de grabación) me vieron por primera vez, pensaron que iban a coger lucha, pero luego se sorprendieron y me dijeron ‘u’ted como que se transforma”.

En lo que llega el momento de que el gran público se entere de Raymond, ya en cinco colmaditos de Las Cañitas escuchan la canción de su CD de promoción, también sus más cercanos. “¡Repítala vecino!”, le gritan los del barrio, mientras que algunos de la empresa la tararean, “que no es tan mala, que no es tan buenaÖ”.

De 8:30 a 5:00 de la tarde, Ramón cumple con entereza su jornada como mensajero, de cuyo sueldo ahorra para que Raymonda pueda grabar sus canciones “con orquesta en vivo” e intentar conquistar a las emisoras de radio.

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